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Experiencia encarnada de estar en el mundo

Por fin he podido poner un poco de orden en todo lo que ando leyendo y pensando en los últimos años sobre movilidad, cuerpo y sentidos en torno a la idea fenomenológica básica de la co-producción de la experiencia encarnada de estar en el mundo.

Llegué a la fenomenología buscando una base teórica para algo en lo que llevaba trabajando desde que empecé en la investigación, con mi trabajo para la tesis de master y cómo la alimentación activaba, también corporalmente, experiencias del hogar en personas que lo habían dejado atrás al iniciar procesos migratorios. Con el tiempo amplié esa investigación sobre los paisajes alimentarios de migrantes ecuatorianos en tres espacios bien diferentes, el barrio de Queens en EEUU donde existía una importante población ecuatoriana, el caso de Londres donde en el momento de la investigación había muy pocas personas ecuatorianas residiendo pero donde hay comunidades migrantes asentadas que permiten aplicar técnicas de pick-&-mix gracias a los recursos alimentarios de estos otros grupos, y el caso de la ciudad de Santander donde no había ni una presencia ecuatoriana importante ni de ningún otro grupo migrante hace una década.

Durante el trabajo de campo en los Andes ecuatorianos para mi investigación doctoral escribí un pequeño texto sobre cómo el cuerpo también se vino al campo conmigo, algo sobre lo que no había leído en mi preparación para hacer trabajo de campo. Y os aseguro que leí de manera obsesiva, como una manera de compensar el miedo que tenía por ser una persona muy tímida a no ser capaz de hacer trabajo de campo. Me extrañó la ausencia del cuerpo, los sentidos, en todo lo que leía, como si fuera algo obvio que no requería reflexión, algo sobre lo que por suerte cada vez hay más antropólogas que escriben y reflexionan. En mi caso fue gracias a elementos profundamente sensoriales y corporizados que pude generar relaciones de reciprocidad y mayor horizontalidad, un reconocernos corporal frente a todas nuestras otras diferencias. Fui honesta en el texto que escribí, hablando de aspectos que a mi en ese momento me resultaba difícil mostrar, pero algo de lo que a día de hoy no me arrepiento.

A mi interés por la alimentación que dio lugar a varias publicaciones más se unió el interés por el olor en una confluencia entre lo personal y lo académico, aunque siempre me pregunto si en antropología se puede hacer realmente esta distinción. Mi pareja padece anosmia congénita y en el momento de llevar a cabo el trabajo de campo en un barrio de Barcelona yo estaba embarazada, con lo que tenía aún más afinado un sentido del olfato que ya de normal tenia bastante entrenado. Ese texto, que dediqué a mi hija Elia, es una de los que más he disfrutado dándole forma.

Todas estas vivencias encarnadas eran para mi sin duda de lo que está hecha la vida, social y mamífera de los humanos. Leí mucho, obsesivamente, y disfruté tremendamente las etnografías así como los estudios históricos de los estudios sensoriales y de la etnografía sensorial. A esto se unió que tuve la suerte de dar clase de antropología durante un par de cursos a estudiantes de Bellas Artes. Aunque fueron los años de las restricciones por la covid19, en los que el uso obligatorio de la mascarilla y la distancia social interrumpían la continuidad de la sensorialidad de la vida a la que estábamos acostumbradas, esa misma interrupción brusca hacía “visible” la parte sensible de nuestra experiencia diaria que habitualmente se encuentra “invisibilizada”. Tuve la suerte de que la propuesta pedagógica que les hice de aplicar técnicas que utilizamos en la antropología para que aprendieran haciendo el uso de técnicas como la entrevista, las derivas urbanas o la observación flotante entre muchas otras, dio lugar a trabajos excepcionales sobre el olor, el dolor, el cuerpo en movimiento, etc. que gracias a la creatividad de los y las estudiantes de Bellas Artes me permitió  experimentar y reflexionar sobre las posibilidades de elicitación de un sentido como el olfato para el que carecemos de vocabulario específico así como sobre cuestiones representacionales de todo aquello que tiene que ver con el cuerpo y los sentidos.

Y a pesar de lo satisfactorio que me resultaba leer sobre tipologías, relaciones de poder, simbologías sensoriales, no dejaba de encontrarlas, como mi propio trabajo, demasiado descriptivas, una magnífica escritura evocativa que no era capaz de abstraer más allá de cuestiones largamente establecidas.

Y es ahí donde, tras mi paso por la economía, la antropología y los escarceos con la geografía humana, siento que me hace falta leer (y tratar de entender, algo no fácil para alguien que no tiene formación filosófica previa) filosofía. Y llego a la fenomenología de la mano de Sara Ahmed. Y ahí ando. Por si alguien se encuentra también explorando, dejo un pequeño esquema en el que trato de ubicar mis intereses de investigación y poner en relación algunas de las autoras y autores y sus principales conceptos.

Mind map con flechas y cuadros

Huelen mal

¡Cuántas veces habré escuchado esa frase (o sus variantes, oler extraño, desprender un olor raro, etc.) tanto en las entrevistas de distintas investigaciones como en conversaciones del día a día! Los negros huelen diferente, oler a gitano, olor de puta, los olores étnicos… el olor, aparentemente una cualidad sin importancia en nuestras ciudades modernas desodorizadas sin embargo, o tal vez por esa aparente falta de importancia, nos dice muchas cosas sobre cómo construimos “otros diferentes”. En el 2º Congreso de AIBR en Barcelona presenté algunas consideraciones al respecto. Os comparto debajo cinco expresiones que hacen referencia al supuesto mal olor de determinados grupos.

huelenmal_web

Los judíos parecen haber sido un grupo recurrentemente acusados de oler mal. Richard Sennet, en su libro Carne y Piedra, habla del “hedor judío” o “Foetor Judaicus” que se atribuía a los judíos de Venecia y que formaba parte de la justificación moral para encerrarlos en el gueto de la ciudad. También Hitler en su Mein Kampt decía de los judíos que:

“Por su exterior se ve claramente que no aman el agua, y, para nuestra desgracia, frecuentemente se puede saber con los ojos cerrados. A menudo me dan nauseas con el olor de estos portadores de kaftan (túnica). Todo esto no es nada atractivo, pero se convierte en totalmente repulsivo cuando además de suciedad física, descubres las machas morales de este “pueblo elegido”.

Una anécdota completamente diferente. Cuando yo era pequeña, vivía en un pueblo muy pequeño del Norte de España, y cuando se encendían hogueras mi madre me decía que me quitara de al lado del fuego porque si no iba a oler a gitano. Hasta mucho después no me di cuenta de las implicaciones de la expresión.

Aunque el origen etimológico de la palabra puta es discutido, un número importante de autores defienden que proviene de la palabra latina putida (podrida) ya que las prostitutas eran un grupo de mujeres identificado como maloliente por los griegos y romanos. Su mal olor indicaba no solo las condiciones físicas en las que trabajaban sino su bajo nivel social, ya que representaban hasta cierto punto lo podrido del orden social imaginado. Aunque en esta presentación apenas hago mención el género es muy importante en la construcción social del olor. Una mujer joven y buena ha de oler bien, dulce, suave. No sólo las malas mujeres son representadas como que huelen mal, también todo lo relacionado con la menstruación ha sido construido como sucio y desprendiendo mal olor. Tampoco las mujeres mayores son asociadas con el buen olor.

Solemos pensar los cuerpos mendigos como cuerpos sucios y por tanto hasta cierto punto malolientes. Pero en realidad esta caracterización lo que está haciendo es traducir una lectura moral dada la posición social de las personas sin hogar, y no una descripción de su situación real ya que por ejemplo en una ciudad como Barcelona existen duchas accesibles, y en general es una población que se encuentra relativamente limpia, tanto de cuerpo como de ropa. La percepción de los mendigos como personas sucias parece no tener mucho que ver con la realidad, al menos en el caso de Barcelona.

En 1991 Jacques Chirac pronunció un discurso que fue bastante polémico, el Discurso de Orleans, en el que hablaba del ruido y el olor que desprendían las casas de ciertos inmigrantes en Francia. Merece la pena leerlo porque no tiene desperdicio:

“Nuestro problema no son los extranjeros, es que hay un exceso [overdose]. Puede ser verdad que no hay más extranjeros que antes de la guerra, pero no son del mismo tipo. Es cierto que había españoles, polacos y portugueses trabajando aquí [chez nous], pero eso generaba menos problemas que tener musulmanes o negros […] ¿Cómo podemos esperar que un trabajador francés […] que junto con su esposa ganan alrededor de 15.000 francos, tenga a su lado vivienda pública llena de gente, una familia con un padre, tres o cuatro esposas y una veintena de niños, y que gana 50.000 francos en beneficios sociales sin trabajar? Si le añadimos el ruido y el olor [le bruit et l’odeur], normal que el trabajador francés se enfade. Y hay que entender, que si vosotros estuvierais allí, tendrías la misma reacción. Y no es racista decir eso.”

Vemos por un lado como existe una relación entre lo que se codifica como mal olor y una aparente falta de higiene. Higiene a su vez, se asocia con salud, salubridad, limpieza y en última instancia con valores morales. Así pues apestar en bastantes ocasiones no sólo se utiliza para describir un aspecto físico, desprender mal olor, sino que simbólicamente alude a una supuesta impureza o suciedad moral.

Es evidente que lo que todos los anteriores grupos sociales tienen en común es su localización marginal en el orden social. Algunos están en la parte inferior de la jerarquía, otros directamente están fuera de la clasificación social (pero son totalmente necesarios para la misma, sin el otro no hay nosotros). El olor codificado como “mal olor” actúa como una marca clara de subalteridad que se aplica a quienes se construyen como diferentes. La utilización de descripciones sobre cuerpos sucios que huelen mal es habitual para referirse a quienes se perciben como diferentes y además inferiores. Los otros, los inferiores, los diferentes, los marginados, los excluidos, huelen.